Las 23 razones por las que echo de menos a mi hermana

Cuando podíamos posar en camisón dignamente.

Cuando podíamos posar en camisón dignamente.

Yo quiero a mi hermana con locura.

Somos sólo dos y nos llevamos tres años y medio de diferencia; un poco demasiado para haber hecho vida completamente juntas -solamente en verano coincidíamos de noche, por ejemplo-, pero perfecto para ser… hermanas. Hermanas muy unidas. Se habla mucho de la amistad, de lo bonito que es compartir tu vida con amigas, y es verdad, pero no es lo mismo ni mucho menos.

Pues la muy traidora se ha ido a Nueva York. Hace unos años escribía sobre ella aquí y también la llamé traidora.  No es que sea una persona especialmente susceptible (puede que sí, pero no es el caso), sino que soy egoísta y la quiero para mí. Hace cinco años decidió casarse y fue alta traición, pero haberte ido al otro lado del mundo no tiene nombre, querida. Y encima con mi ahijado, que es el niño más guapo del mundo mundial, OBJETIVAMENTE.

Hoy en día Ana ya tiene la edad legal para conducir.

Hoy en día Ana ya tiene la edad legal para conducir.

La cuestión es que Ana, así se llama, me echa de menos. Yo a ella también, claro, ¿pero cómo estoy tan segura de lo suyo? Por Facebook. Ana nunca publica nada, y esta mañana me he levantado con que ha compartido conmigo un enlace sobre hermanas.  El link lo encuentras pinchando  aquí.

paulo-coelhoMe he echado a llorar. No por la música que suena de fondo -siento un odio visceral por las páginas con hilo músical, hagamos algo al respecto– ni por los 23 puntos. El post está bien, las fotos son monas, aunque mi hermana y yo no somos tan chic ni de lejos, y los puntos tienen gracia… pero son 23 puntos tan genéricos que podrían referirse a cualquier buena amiga. Excepto lo de los padres y alguna cosa más, me ha parecido bastante típico. De hecho, estos posts sentimentales sobre la amistad y la familia que han proliferado en los últimos años se merecen un doctorado aparte, que podría ser impartido junto con las mejores frases de Paulo Coelho. Pero ese es otro asunto.

Siempre fuiste muy guay, no tienes que demostrar nada.

Siempre fuiste muy guay, no tienes que demostrar nada.

Lo que me ha hecho llorar ha sido la mayor tontería: el hecho de que mi hermana -mi Mana, mi Manita– haya cambiado su comportamiento solamente para demostrarme en público que me echa de menos, porque sabe que a mí me gusta publicar en Facebook. Eso es lo que me ha emocionado, es una tontería y quizá ha sido algo inconsciente, Mana, pero yo lo veo tan claro como si estuviera investigando un comportamiento social entre simios y, sí, tú, mona alejada de la manada, has querido sentirte identificada conmigo. Y me ha encantado.

Dejando las cursilerías aparte, llevo todo el día pensando que me da pena que en el fondo no me haya ENCANTADO el post. Así que, aquí aporto mis 23 puntos particulares. Van por ti, Mana.

23 COSAS POR LAS QUE ECHO DE MENOS A MI HERMANA

  1. Por todas las veces que salimos «huyendo» de papá, chillando y riendo histéricas, cuando por fin se levantaba del sofá para mandarnos a la cama de una vez. Y por todas las veces que nos peleábamos en el coche y acabábamos uniendo ejército frente al invasor: los dedos pellizcantes de mamá, que intentaba poner orden desde el asiento del conductor .
  2. Por aquella vez que no me dejaron ver un programa de Martes y 13 y me llevaste a escondidas al salón para ponerme la tele pequeña y verlo debajo de una mesa.
  3. Por venir a visitarme al patio de los pequeños.
  4. Por ponerme cada sábado a las 8 de la mañana las zapatillas de andar por casa (rosas de pana) y acompañarme a ver los dibus.
  5. Por las mañanas en las que se te salía el Nesquick por la nariz de los ataques de risa que nos daban.
  6. Por las canciones políticamente incorrectas que cantábamos juntas sin entender nada («Negrito sandía, mareas, cuando dices tonterías…»). Y por Los tres alpinos. Siempre por Los tres alpinos.
  7. Por cuidarme cuando tuvimos aquel accidente de coche, a pesar de tener 9 años.
  8. Por poner tu mano extendida y ocuparte de hacer desaparecer el caramelo o chicle que no me gustaba.
  9. Por chincharme cuando comías mousse de chocolate y me lo enseñabas en la lengua. Qué asco, mana.
  10. Por preguntarme cada día si me había tomado las pastillas cuando me detectaron hipertiroidismo.
  11. Por chuperretearme toda la cara para que me oliera a babas como último recurso para que cediera y te perdonara alguna bordería.
  12. Por todas las veces que me trajiste chocolate a la cama cuando me daban ataques de tos y me oías desde tu cuarto. Y por todas las noches que te quedaste conmigo.
  13. Por comerte la clara del huevo frito y darme la yema.
  14. Por cómo me colocas el mono de peluche con distintos gestos, y por dejarme la cama abierta y el pijama colocado cuando yo ando de farra.
  15. Por cómo lloras cuando te hacen análisis. Me dan ganas de meterte en el bolso y llevarte a casa.
  16. Por saberte todos mis periplos sentimentales de pe a pa… y contarme los tuyos.
  17. Por mostrar interés hasta por la anécdota más absurda.
  18. Por todo lo que me piropeas. Contigo me siento Claudia Schiffer.
  19. Por cómo aguantas estoicamente mis acusaciones de haber robado algo y que luego resulte que lo moví yo de sitio. También por las veces que sí te he pillado robándome algo… que no ha vuelto jamás.
  20. Por los ratos que bailábamos y cantábamos juntas fatal y tú alababas mi ritmo.
  21. Por cómo me echabas de tu cuarto sin motivo aparente porque de repente te molestaba. Y por cómo me pedías perdón a los tres segundos.
  22. Por animarme a hacer siempre lo que quiero.
  23. Por tu manera de llamarme «gorda» con la boca llena de orgullo. Que te lo noto.

Confieso que también echo de menos a Jaime, el niño más guapo del mundo, pero… no. Aún te prefiero a ti.

ana y yo 004

Te veo en 15 días, Mana.

Los que hacemos deporte somos gilipollas

Me he dejado de tonterías en el título. Es una verdad como una casa, amigos: los que hacemos deporte con cierta asiduidad nos convertimos en gilipollas de primera. Expondré mis argumentos antes de que un montón de runners vengan resoplando con sus sneakers a trote cochinero a darme una colleja.

deporte3A priori, yo no soy carne de gimnasio. Siempre he sido torpe. Torpe y vaga. No, esperad: torpe, vaga y glotona. Y encima no soy Ana Blanco, así que los años pasan por mí y ahora una buena comilona me deja hinchada para una semana. Y para colmo, digamos que me he echado un novio que también es de buen comer. El otro día en un restaurante tuvimos que convencer al camarero de que de verdad queríamos pedir toda esa comida; él la trajo escéptico, pero nosotros arrasamos con todo y añadimos un postre.

deporte4El tema es que esos excesos no caen en saco roto. De hecho, caen en mis caderas, mis muslos y mi tripa. -Y en los brazos un poco, debo dejar de engañarme con este tema.- Y esta, amigos, esta es la verdadera razón para machacarme en el gimnasio: el poder comer bien y luego no verme como cuando regresé de Erasmus, que ni mi propio padre me reconoció de lo foca que estaba.

¿Que me encuentro mejor desde que hago deporte de una manera regular? Sí.
¿Que lo cierto es que mi cuerpo ya lo «necesita», y si no voy lo echo en falta? Sí. ¿Que he conseguido que me divierta cada vez más? Sí.
¿Que prefiero ir al gimnasio antes que tumbarme en el sofá? NO.
¿Que me gusta más hacer spinning que irme a tomar una caña? NO.
¿Que el gimnasio me entretiene más que una tarde de tiendas? Tampoco.

Hacer deporte es incómodo. Hacer deporte es sucio. Hacer deporte cansa y, a veces, duele. Y quien diga lo contrario, miente. Pero no es por esto que los que hacemos deporte somos gilipollas, porque después de practicarlo te sientes genial, y al fin y al cabo estás haciendo algo bueno por tu cuerpo. Así que no es eso, no es que seas gilipollas por el hecho de querer hacer ejercicio, no es que la estupidez sea un denominador común de la gente que se ejercita. El asunto es otro: hacer deporte nos convierte gradualmente en gilipollas.

El pobre Arnold se tuvo que poner a hacer películas para que la gente valorara sus músculos.

El pobre Arnold se tuvo que poner a hacer películas para que la gente valorara sus músculos.

No somos gilipollas por el hecho de practicarlo, sino que algo nos hace clic y nos convierte en unos posturas insoportables. Los concursos de culturismo empezaron a existir porque no había Facebook y de alguna manera esos cachas tenían que demostrar las palizas que se metían con las pesas. Porque si no lo demuestras, ¡¿para qué vas?!

Todos sabemos quiénes de nuestros amigos hacen deporte, y no porque se les note, sino porque sienten la imperiosa necesidad de contarlo. A algunos sí se les puede ver, es verdad que a la mayoría de los chicos en los brazos se os nota bastante, pero no importa: no necesito fijarme o tocarte el bíceps, ya voy a saber de antes si haces deporte gracias a Facebook, Twitter o Instagram. Y si no eres de redes sociales, me lo harás saber, tranquilo. Mi padre lleva años de sutiles comentarios sobre lo fuerte que está gracias al gimnasio (que no quita que sea cierto, padre).

Esos partidos en los que aún sentís que puede haber ojeadores del Madrid observando.

Esos partidos en los que aún sentís que puede haber ojeadores del Madrid observando.

Me da igual qué hagas: pachanguita de fútbol con los colegas que os hace sentir más jóvenes (sí, lo siento, es así), máquinas de gimnasio fichando las mallas de esta o los músculos de aquel, spinning, zumba, boxeo, body combat, body pump, crossfit, running o petanca. Da igual. Todo vale y todos lo contamos. Todos.

Yo me apunté al gimnasio hace muchos años. De hecho, en 2007 escribí aquí el día de mi inscripción, y en 2008 reconocí que se quedó en eso, en inscripción. No había ido ni una sola vez, pero en esta segunda ocasión ya contaba que estaba empezando a ir y relaté mi experiencia introduciéndome en el ambientillo del gimnasio. En un alarde de genialidad lo titulé Gym-Tonic (nunca dejaré de sorprenderme a mí misma).

Claudia y yo vamos a hacer deporte, por si no os habéis enterado.

Claudia y yo hacemos deporte, por si no os habéis enterado.

La cuestión es que durante estos seis años he ido de manera bastante irregular, hasta hace unos meses, cuando mi amiga Claudia y yo nos hemos puesto muy en serio y procuramos ejercitarnos cuatro o cinco días a la semana. Y me parece que esto no es nuevo para nadie, porque, insisto, OS LO HE CONTADO A TODOS, y no sólo por Facebook, porque en los grupos de WhatsApp también hay que dejar caer el deporte que se hace durante el día. Y si no conocías este aspecto de mi vida, es que no me conoces en persona o tan cercanos no somos, reconsideremos nuestro grado de amistad.

Mira que yo intento parecerme a Irina, pero oye... algo debe de estar fallando.

Mira que yo intento parecerme a Irina, pero oye… algo debo de estar haciendo mal.

Como no puedo dejarme palpar por toda la humanidad que tan gustosamente comprobaría mis tonificados músculos (ojo a las piernas, ojo), y como empiezo a asumir que jamás tendré el cuerpo de Irina por mucho que me machaque, pues lo cuento. Lo cuento porque si no, no cargo todo el día con una bolsa sudada para arriba y para abajo, no me ducho en baños comunes con chanclas, ni sudo como una condenada frente a 30 desconocidos mientras un monitor me grita a ritmo de bachata.

Lógicamente, encuentro sus beneficios, que por ahora superan a los inconvenientes. Como decía antes, me encuentro mejor y yo sí me lo noto, que al final es lo importante. Pero en el fondo, por muy orgullosa que esté de mí misma, la gente no tiene por qué saber que si yo no me ejercitara pesaría unos cuantos kilos más. Es más, sospecho que en la playa este verano nadie va a darse cuenta de que tengo la curva de la cintura ligeramente más marcada gracias al pump… y voy a tener que acercarme a contarlo, lo estoy viendo. -Nota mental: mandar a imprimir folletos informativos de mis avances en el gimnasio. Buscar afluencia de veraneantes en playas de Tarifa para calcular la cantidad.-

Me da igual reconocer esta gilipollez en este foro de la autohumillación en el que he convertido mi blog. Esta vez me da igual porque no soy la única, las redes sociales están plagadas de posteos de amigos vuestros que hacen deporte. Existen cuatro tipos de testimonio:

Yo confieso: me he puesto las calas de spinning en la calle sólo para esta foto.

Yo confieso: me he puesto las calas de spinning en la calle sólo para esta foto.

-Los que ponen (ponemos) foto de las zapatillas: los mindundis. En verano quizá os deje ver mis pintas en chándal, porque al menos estaré morena y en un sitio chulo, pero el resto del año se ponen las zapatillas. En la calle, en el gimnasio o donde sea. Yo, que me consideraba normal, he llegado a ponerme las calas de spinning ya en la calle porque a Claudia y a mí se nos había olvidado hacer la foto de rigor dentro del gimnasio un día que fuimos a una clase especialmente dura.

-Los que publican la ubicación del gimnasio: los mindundis efectistas. Entiendo que estos son los que van a buenos gimnasios y lo dejan caer: «hago deporte y tengo poderío, nena.» Relacionado con el deporte es un postureo regulero, pero seguro que tiene su público objetivo.

-Los que comparten los tiempos y recorridos de sus carreras: los pro. Nadie pone que ha hecho 4 km. corriendo en círculos y en plano por Canal. Tienes que molar para poner tu recorrido. Y lo sabes.

-Los que se hacen autofoto en el espejo: los muy pro. Es una vertiente latina que comienza a aflorar en mi muro de Facebook. Suelen ser tíos y, obviamente, están cachas, si no no hay huevos de subirla.

No importa. Yo lo entiendo y lo voy a seguir haciendo.  Porque, como veréis, desde el titular y a lo largo de todo el post, siempre he hablado en primera persona. Sí, yo hoy lo reconozco: HACER DEPORTE ME HA CONVERTIDO EN UNA GILIPOLLAS.

Y esto os lo digo mientras miro si el hotel al que voy la semana que viene tiene gimnasio.
-Nota mental: buscar ubicaciones con mar de fondo en las que contrasten mis zapatillas de correr. Digo de running.-

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As time goes by…

Soy joven. 25 años es ser muy joven, lo sé. Pero permitidme decir una obviedad: cuando empecé a escribir este blog, con 18 años, 25 me parecía ser vieja. Del mismo modo que no me veo ahora con 32. Claro que tenía en mente llegar a esta edad -más o menos sana y con perspectivas de vivir 70 años más, a ser posible- pero de verdad que con 18 años y empezando la carrera… como que no me veía a los 25.

Y ya voy por los 25 y medio.

Y ya voy por los 25 y medio.

Siempre he caído en grupos de gente en los que soy la pequeña y, para mi propio estupor, cada vez me gusta más dejar clarito que soy la júnior. Hay algo dentro de mí que dice: «aprovecha, aprovecha, que en nada estás tratando con gente diez años menor que tú; y seguro que las tía van a ser más guapas y más listas».

Espero no estar entrando en una crisis, porque entonces a los 30 estaré muy jodida.

Pero no, yo creo que no es eso. No me importa verme con 30 ni con 40 ni con 50 (siempre y cuando la vida me vaya más o menos bien, claro, si no yo paso). No me importa crecer y entender que las cosas cambian, y me parece bien asumir cada vez más responsabilidades y que empiezo a ser de las mayores de la discoteca. Está bien ver que la gente en mi entorno evoluciona. Aunque a veces eso no pasa y también me gusta, la verdad.

crecer1Pero no me parece bien el cambio que sufre mi cuerpo. ESO NO. En efecto, amigos, todo esto viene de un tema de vanidad; no podía ser de otra forma. Lo de las canas ni lo menciono (gracias por tu herencia genética, mamá), pero esto, esto, esto de que se caiga el cuerpo qué coño es. Que me lo expliquen.

Cuando yo era pequeña era un palillo andante, y tenía la sana costumbre de merendar cuatro Donuts o dos Bollycao. Ahora le quitarían la custodia a mis padres, pero los felices críos de los 90 crecimos con bollería industrial y hemos salido todos hermosísimos.

La cosa es que a los 16 años yo me fui a pasar un mes a Estados Unidos. ¿Fueron esas semanas fatídicas de comer fast food las que cambiaron mi cuerpo? No. Fue la edad. Mi cuerpo cambiaba, y de repente esos pantalones apretados de campana enseñando el ombligo dejaban de favorecerme (gracias a Dios, por otro lado). De repente tenía que tener cuidado con lo que comía.

crecer3Nunca he estado muy obsesionada con este tema y quien me conoce sabe que zampo más que el Piraña de Verano Azul, pero sí que tengo que andarme con ojo, así que empecé a hacer deporte. Hace años conté aquí que me apunté al gimnasio, y puedo afirmar orgullosa que sigo yendo. Pero claro, ahora con mucha más disciplina -por Dios, si hasta me he comprado una bici para ir a trabajar-, porque cuando empecé era por aquello de entretenerme, ahora es que es vital. Es que mi cuerpo clama: MUÉVETE MALDITA, QUE ME DESCUELGO, Y AÚN PUEDO SER JOVEN Y TERSO.

Y el cuerpo es sabio, así que le doy lo que pide.

Y le doy deporte, pero también le doy cremas. Porque ya me gasto mi dinerito en potingues. Por ahora baratas, eso sí. Me echo contorno de ojos, me echo hidratante facial de día con algo que llaman Q10, hidratante facial de noche, hidratante de cuerpo; me echo limpiador, me echo sérum regenerador, me echo crema anticelulítica y reafirmante… Me echo todo eso y tengo 25, no quiero pensar la millonada que me gastaré cuando tenga 50.

crecer2

Soy TAN carne de Bótox.

Lo peor de que pasen los años por tu cuerpo es el tiempo que le dedicas precisamente a eso, a hacerte mayor. No, mejor: a planear evitar hacerte mayor, porque esos potingues no se echan solos ni en medio minuto, amigos, hay que tener en cuenta el tiempo que le dedicas antes de irte a la cama, por ejemplo. Igual que hay que reservarte las horitas para el gimnasio, claro. El culto al cuerpo te quita casi más tiempo que el Candy Crush.

Pero bueno, que los años no sólo pasan por el cuerpo. Y no hablo de madurar ni de crecer intelectualmente, bah, eso es otra cosa; hablo de una dimensión completamente diferente. Hablo del “no tengo edad para…”.

Veamos.

-No tengo edad para vestir cualquier cosa, ya no. A pesar de que mi reafirmado culo -a golpe de spinning y cremas- se lo pudiera permitir, nunca me veréis con unos de esos pantalones que llevan las niñas de ahora… Que-llevan-medio-culo-fuera-y-que-no-tienen-ni-vergüenza-ni-nada-porque-nosotras-con-su-edad-íbamos-más-tapadas-más-rídiculas-y-menos-a-la-moda-también-pero-más-tapadas-porque-es-que-ahora-parece-que-van-a-la-piscina-y-están-yendo-a-clase-que-en-mi-época-no-me-dejaban-a-mí-ir-así-a-clase-ni-de-broma-bueno-ni-queríamos-porque-teníamos-un-mínimo-de-pudor…
(
Qué ganas de cumplir 70 para ser una anciana maruja).

CRECER4-No tengo edad para llevar pulseras de colores flúor.

-No tengo edad para escuchar tonterías divertidas en la radio en vez de tertulias y noticias.

-No tengo edad para mirar con desprecio a grupitos de amigas de 16 años que hacen ruido en Vips riéndose como gallinas, y acabar haciendo exactamente lo mismo con  las mías en un sitio de sushi, que encima la comida es más absurda y cara.

CRECER5-No tengo edad para hacerme autofotos con amigas. Se extiende a fotos con morritos y sacando la lengua. Lo de hacer la V con los dedos me ha pillado mayor de siempre.

-No tengo edad para subir cada paso que doy a las redes sociales.

-No tengo edad para gritar «¡¡¡pido no!!!».

-No tengo edad para enfadarme si me quitan el sitio en el que estaba viendo el fútbol.

crecer6-No tengo edad para leer Harry Potter y Manolito Gafotas.

-No tengo edad para quedar con mis amigos a ver telebasura.


-No tengo edad para
llamar a mis amigas desde el baño para cotillear sobre chicos.

-No tengo edad para estar llena de arañazos y moratones y no tener ni idea de dónde han salido.

-No tengo edad para gritar como un pavo en celo y señalar al techo cuando en la discoteca o bar suena una canción que me gusta.

-No tengo edad para ver los Simpson cada vez que haciendo zapping me los encuentro. (El 99% de las veces, como sabréis).

crecer7-No tengo edad para hacer botellón (y en ocasiones huir de la policía).

-No tengo edad para llegar el lunes al trabajo y darme cuenta de que si me he pasado un finde descansando tengo la sensación de que no lo he aprovechado.

-No tengo edad para que me dé verdadera rabia perderme un plan. Rabia de rabieta.

-No tengo edad para ponerme roja cuando tengo que hablar con más de dos personas presentes.

-No tengo edad de creerme ni medio graciosa en un blog.

Pero, por supuesto, huelga decir que todo esto lo hago bastante a menudo. Porque los 25 son los nuevos 18.

Ah, mira, aquí se me pilló con todo el pastel reunido. La V también me sale a veces.

Ah, mira, se ve que la V también me sale a veces.

PD: Gracias a la sabia SofSo por iluminarnos con esta máxima de los nuevos 25. Los 35 serán los nuevos 25, supongo. Mientras me pinche bótox os lo contaré, lo prometo.

PPD: Hago todo menos lo de los pantalones esos cortos. Eso me escandaliza de verdad.

¡QUIÉREME!

Esto no es nuevo. Soy la persona menos fiel a su blog que existe, y de vez en cuando desaparezco unos meses, pido perdón y vuelvo. Pero creo que a nadie más que a mi pequeña conciencia le importa, así que no voy a lamentarme demasiado. Eso sí, voy a explicar por qué ha pasado esta vez: me contrataron en octubre y no he tenido demasiado tiempo libre.

Queredme, maldita sea

Queredme, maldita sea

Y ahora que por fin he encontrado trabajo (bravo, bravo, gracias, gracias), puedo hablar con perspectiva del reto al que me enfrenté antes de empezar a levantar este país: venderme lo mejor que supe para ver si alguien me quería.

Supongo que hoy en día es todo mucho más fácil; no me quiero ni imaginar cómo sería la búsqueda de trabajo sin Internet… Pero el problema de tener al alcance tantas ofertas de empleo es que acabas por no tener ningún tipo de filtro. Cualquiera que esté buscando hoy día curro, lo sabe: dale a TODO. Están tan mal las cosas y hay tan pocas posibilidades de que te cojan en un trabajo, que lo mejor es no cerrarse a nada. Es un poco como decía mi amiga Ichi cuando en el colegio no paraba de ponerse en todas las fotos que se hacían a su alrededor: «cuanto más pose, más posibilidades tengo de tener fotos en las que salgo bien». Pues eso.

Todos somos trilingües hasta que se demuestre lo contrario

Todos somos trilingües hasta que se demuestre lo contrario

Pero bueno eso es lo fácil: mandar solicitud -que no aplicar a las ofertas de empleo es darle a un botón que diga «enviar». Y si se complica, quizá te hagan contestar a un par de preguntas en las que absolutamente todos afirmamos que tenemos mogollón de experiencia en el sector y un nivel de inglés que ni Shakespeare, ¿verdad, majos?

Eso es pan comido. Pero no todo es así, no. Lo verdaderamente difícil es cargar tu currículum en la base de datos.

En prácticamente ningún buscador de trabajo es posible subir el CV en un formato habitual (PDF o Word). Ellos han decidido hacer de la tarea de buscar trabajo, ya de por sí ardua y angustiosa, una especie de gymkana. Sus normas, más o menos, son:

  • cada dato en un campo diferente;
  • nunca pondrás todo bien y tendrás que volver a empezar  varias veces;
  • no podrás escribir lo que te dé la gana, sino adaptarte a las cualidades y aptitudes que ellos creen que debes tener -bastante extrañas algunas, he de decir-;
  • y es necesaria una fotografía, pero nunca valdrá, ya sea por el peso, el formato, la calidad o por tu cara de idiota.
¡Yo sólo quiero poner que hice Periodismo!

¡Yo sólo quiero poner que hice Periodismo!

Una vez pasadas las 45 pantallas en las que quieres poner que has estudiado X y que buscas un trabajo en el área Y… ya estás ahí fuera. Tu currículum es visible para millones de personas que trabajan en Recursos Humanos de compañías de lo más variado. Creo que yo sería incapaz de trabajar ahí, sinceramente, estaría todo el santo día riéndome de la gente. Es una verdad y no me juzguéis porque sé que la compartís.

Pero bueno, no seré quejica, todo esto es un campo de rosas comparado con lo que viene después… LAS ENTREVISTAS.

Hay mucha gente que te dice que te tranquilices, que no te la prepares, que seas tú mismo. Pero, a la vez, hay millones de cursos para prepararte y en el máster que estudié nos dieron una paliza importante con el tema… Por algo será, ¿no? No me engañéis. Que me relajase, me decían. YA.

Voy a contar un caso concreto de pruebas de selección para un puesto junior, en el que pagaban menos de mil euros al mes, y para el que no se requería experiencia. OJO. A simple vista eso estaba chupado.

Cuento este proceso porque fue el más completito que pasé y el que más me hizo sufrir. Y os destripo el final: no me cogieron.

Paso 1: la primera llamada

Estaba yo en julio, una mañana cualquiera, recién salida de la ducha (dato gratuito, pero no por ello incierto) cuando me suena el teléfono.

La cara al darte cuenta de que te están entrevistando por teléfono sin previo aviso

«Sí, soy perfecto para cualquier puesto»

-Señorita simpática: «Buenos días, Blanca. Te llamo de la agencia de selección X. Queríamos hacerte unas preguntas»
-Yo: «Por supuesto, lo que quieran».
-S.S.: «Veo que has estudiado Periodismo y tienes máster en Comunicación, ¿no es así? ¿Hablas inglés? ¿Tienes algo de experiencia en el mundo laboral?»
-Yo: «Sí a todo» y breve resumen de lo que hacía en mi última beca.
-S.S.: De acuerdo, si pasas a la siguiente ronda, te llamaré mañana.
(Despedidas amables por parte de las dos.)

Paso 2: la segunda llamada

My tailor is rich

«My tailor is rich»

-Señorita No Tan Simpática Como La Otra: “Hola. Te llamo para hacer la entrevista en inglés.”
-Yo: Muy bien.
-SNTSCLO: cosaseninglésmuybásicas
-Yo: cosasneingléstambiénmuybásicas
SNTCLO: Vale. Te paso con mi compañera del otro día.

-SS: ¡Has pasado! Me dicen que sabes hablar algo en inglés.
-Yo: En efecto, ya te lo había advertido.

Total, a estas alturas ya parece que estás en una especie de videojuego, y que tienes que pasar fases para conseguir la gloria divina.

Paso 3: el test

Se me informó de que me llegaría un test de personalidad.

Averiguar cómo soy realmente pasa por preguntarme qué haría en situaciones de fiesta, en situaciones de acampada y alguna en el ámbito laboral, pero esas las menos.

Con una aplicación conoceréis todos mis recovecos

Pues muy bien

Paso 4: la recomendación

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Que llamen a tu ex jefe para preguntarle qué opina de ti es el mejor ejemplo de que, en efecto, hay que tener amigos hasta en el infierno.

Queridos.

Paso 5: primera entrevista

Por fin alguien pensó que merecía ir a las oficinas a que me conocieran.

Durante hora y media -exactamente- me concentré en desplegar todos mis encantos. Pero da igual lo preparada que lleves tu experiencia o el discurso de la iniciativa y el trabajo en equipo, si lo primero que te preguntan es: “¿cuál fue el día más feliz de tu vida?”.

Joder

Joder

Y ya entras en bucle. ¿Cómo no voy a saber qué día fui más feliz? ¿No sé comparar? Según mis profes, debería ser el de mi Primera Comunión, pero ya han pasado muchos días desde entonces. Podré tener uno nuevo, digo yo.

¿El que conocí al churri? Pues mira, me lo pasé muy bien, pero oye, no lo recuerdo como tal. ¿El de las vacaciones familiares? ¿El de los fuegos artificiales en El Escorial? ¿El de aquel concierto de Hombres G? ¿El viaje con amigas?

Oh, Dios, mío, NO SÉ QUÉ DÍA FUI MÁS FELIZ.

Como os podréis imaginar, mientras yo le daba vueltas a todo esto, la entrevistadora había superado hace mucho mi vaga respuesta –que ni recuerdo- y estaba ya por la sexta pregunta. Las de en medio las debí de responder como una autómata.

Así con todo les gusté. Que volviera.

Paso 6: segunda entrevista

Pues, nada, vuelvo. Vuelvo y lo hago mal. Y lo sé. Y salgo muy deprimida y con la moral por los suelos, porque me han preguntado cosas de bajón y yo no he sabido contestar.

¿Por qué?

Porque claramente mi perfil –estudios, experiencia, conocimientos mundanos, lo que sea que signifique “perfil”- no encajaba con el puesto.

No sabía nada, pero nada de nada, de lo que habría que hacer en ese puesto de trabajo por el que tanto suspiré.

Y la verdad

Y, la verdad, yo no hubiera necesitado 6 fases para saber eso.

 

Yo sobreviví al Erasmus: abitare da soli

Que sí, que os juro que a veces puede pasar

Sé que os vais a quedar boquiabiertos, anonadados, pasmados y patidifusos cuando leáis lo siguiente, pero es que a veces pasa y es digno de ser contado… Hay gente que puede irse antes de los 30 años de su casa. POR SU CUENTA. Sin que les den paga NI NADA. Y eso, bendito sea el cielo, le ha  pasado a mi señor novio, que este fin de semana se muda con su colega de toda la vida a un piso nuevo. Y viviendo de cerca el tema de la emancipación, me hace recordar cuando yo viví sola. Durante el Erasmus, claro.

Si bien es cierto que currar, lo que se dice currar, curraba poco, lo que viví durante esos meses en Perugia fue mi primer período de emancipación. Y sí, mola mucho poder hacer fiestas cuando quieras, no tener que dar explicaciones sobre cuándo entras y sales, o comer lo que te dé la gana, por ejemplo. Pero, al mismo tiempo, todo eso tiene unos inconvenientes enormes. A saber: que después hay que limpiar las fiestas, que no tienes referencia temporal alguna y que comes mierda a diario «porque puedes».

Lo de comer mal fue algo realmente inevitable. Creo que ya he mencionado alguna vez en el blog que cuando volví de Erasmus era una versión obesa de mí misma. Mi padre no me reconoció en el aeropuerto… Y me encantaría que esto fuera una exageración, pero no. 

Ejemplo real de nuestra mejor cocina

El caso es que tener pizzas mil veces más ricas que cualquiera de las que puedes encontrar en España -y a un euro el trozo-, hacía que mi merienda fuera a menudo un par de pezzi. Eso, más mi inexperiencia en la cocina que hacía que sorprendentemente todo supiera exactamente igual, hicieron que poco a poco mi perímetro fuera ampliándose.

Para que os hagáis una idea, el día sano era el de las barritas de pescado congeladas vuelta y vuelta en la sartén llena de aceite. Como no teníamos tostador, ni intención de comprarlo, por la mañana el pan también se hacía en sartén, con aceite o mantequilla. Muy sano todo. Mis meriendas eran cajas enteras de croissants de chocolate. Y no sé. Se me fue de las manos aquello.

Mmmmm… Cotoleeeeetta…

Las noches supongo que no ayudaban. Las fiestas se acompañaban de Bomba Siciliana que, verdaderamente era una bomba de mezcla que incluía mucho azúcar. Era suavita y estaba riquísima, pero no creo que un endocrino la recomendara. Y, por supuesto, cualquiera que me conozca sabe que cada noche que salía TENÍA que comerme una cotoletta.

Lo que es una cotoletta, el amor que profeso por ella y lo mucho que la echo de menos merece un post entero. Y lo voy a respetar.

Continúo.

Es cierto que había señales que me hacían sospechar…

Mi problema de peso realmente se debe a que no tuve espejo en mi cuarto en todos esos meses. En el baño sólo me veía la cara, y una vez vestida iba al cuarto de Vero, donde había un armario con espejo. Lo de que al agacharme a hacer fotos se me rajaran los vaqueros me daba pistas, pero oye, cómo iba a saber yo que tenía ese aspecto si no me veía en todo mi ser al salir de la ducha. ¿Pero qué iba a hacer, comprarme un espejo? No, claro, en Erasmus vives con lo justico y da gracias. Además, es que aunque te lo pudieras permitir, no es la época en la que hay que vivir bien, hay que pasar penurias aposta.

Por ejemplo, quizá los padres de Vero, los de Carlos y los míos hubieran estado encantados de pagarnos una conexión a Internet para poder hablar con ellos. ¿Hizo eso que la contratáramos? No, señor: llamamos a la puerta de los abogados que trabajaban en el piso de abajo y, sin saber aún ni papa de italiano, les pedimos la contraseña de su wifi. Sólo la signora Adelia debe de saber por qué narices nos la dieron, pero el caso es que la conseguimos, eso sí, con un problemilla, y era que sólo podíamos conectarnos dos a la vez porque eran demasiadas conexiones contando con ellos (egoístas).

Intentábamos llevar el tema de Internet de buen rollo, pero los tres sabíamos que aquí quien tenía conexión era quien se levantaba antes y encendía el ordenador enseguida «porque era primordial». Ya.

El discreto cartel fucsia de 2 metros fue adquirido por Vero una noche cualquiera

De todos modos, volviendo a lo del espejo, no es que no lo compráramos porque fuera accesorio, ¿eh? Básicamente, no compramos nada para la casa más que lo estrictamente necesario. Si algo se podía tomar prestado, se tomaba: alguna copa del bar, los vasos de la discoteca (los míos se rompían todos, tengo algún tipo de maldición que me obliga  a ser honrada), un cartel de de más de dos metros de alto con el que Vero decidió decorar su habitación, y creo recordar que un taburete llegó en extrañas circunstancias hasta nuestra cocina.

Por lo demás, todos teníamos nuestras camas del año del pum, una mesa para estudiar a la que dábamos mogollón de uso y un armario. En la cocina, también lo justo y en el pasillo, un bargueño absurdamente enorme que utilizábamos únicamente para poner cosas encima, al lado del polvo acumulado. Por no tener, no teníamos ni lavadora y había que darse paseos a una especie de salas donde hacías buenas migas con todos los desarraigados del barrio.

Lo bueno es que tener ese cuchitril hacía que se limpiara en un momentito. Pero claro, todo el mundo sabe que el tema de la limpieza es el principal problema de la convivencia, ¿verdad? Nosotros teníamos un sistema sencillo que, en teoría, debía funcionar perfectamente. Consistía en que cada uno limpiaba (o no, oye) su habitación, y luego teníamos cada semana una zona común asignada, a saber: el pasillo, la cocina o el baño.

Bueno, más o menos respetábamos dichos turnos (algún grito mediante) pero lo que mejor recuerdo del tema de la limpieza eran esas guerras frías de platos sucios en la cocina. Eso se iba acumulando, se iba dejando… hasta que a alguien le daba demasiado asco. Y de repente todo limpio. Muy cómodo.

Con la compra no teníamos problemas, porque cada uno tenía su balda en la nevera y su comida. Eso sí, íbamos juntos para ahorrar. Tenía sentido porque después de un estudio de mercado de todos los supermercados (valga la redundancia) de la ciudad, descubrimos el más barato y el que te ofrecía el mejor servicio  que he visto nunca por parte de un súper: si pagas más de 50 euros, no es que te lleven la compra a casa, es que te llevan a ti con las bolsas en un coche. En España somos unos atrasados, que lo sepáis.

Unos avanzados, los del Todis

La cadena en cuestión se llama Todis, y era emocionante comprar ahí porque nunca sabías si ibas a morir de intoxicación por la caducidad de los alimentos. ¿Sabéis la típica obsesión de madres/abuelas cuando tienen sacada la carne y HAY que comerla porque se va a estropear? Pues comprando en Todis siempre es así, porque es que directamente te lo venden en el lííímite de la caducidad, a puntiiito de pudrirse todo.

Pero ahorrábamos.

Otra ventaja de vivir en un cuchitril como el nuestro es que la casa se calentaba en seguida, así que ahí también se ahorraba. Conocemos a más de uno y de una que vivían en un iglú porque las ratungas de sus compañeras de piso quitaban la calefacción a traición para ahorrarse unos euros… A nosotros no nos hizo falta, porque directamente a la casera se le olvidaba pagar los recibos y nos lo cortaban, con lo cual nos quedábamos a -15º ambiente metiéndonos en las camas y cubriéndonos con cualquier manta o similar que pillábamos. Si eso no une… Qué recuerdos.

La verdad es que la convivencia con Vero y Carlos fue muy, muy fácil. Migliori coinquilini del mondo, senza dubbio.

Autobombo

Pues mientras estaba escribiendo el primer post de la temporada me he acordado de que hace unas semanas hablaron de mí en el blog de Pepetravel. Hablaron bien, se entiende, porque de no ser así jamás lo pondría en este espacio de egocentrismo que es mi pequeño blog.

Aquí tenéis el enlace, que sé que querréis leerlo y estaréis de acuerdo con cada línea: pinchad aquí.

Vuestro nombre os delata

Aquí una servidora se reconoce una exhibicionista en toda regla. Todos conocéis los avatares de mi vida aunque yo vaya de que protejo los detalles más personales. Ya he declarado varias veces que Facebook me pirra, y en Twitter doy rienda suelta a mi verborrea; además de contar aquí todas las chorradas que se me ocurren. Bien.

También me gusta la moda. Me divierte leer las revistas y babeo pensando en lo que haría yo con un buen presupuesto. Precisamente, el objeto de mi post de hoy son chicas que también tienen esos dos intereses y que, por lo tanto, respeto muchísimo: los bogs y la moda. Pero es que ellas se llaman a sí mismas egobloggers. Y eso ya da que pensar… DIGO.

A las eggobloggers sus madres las quisieron mogollón y han crecido muy seguras de sí mismas

Seguro que habéis oído hablar de ellas: son chicas que se visten y se hacen fotos.

Y ya.

No quiero ofender a nadie, eso lo primero. Hay gente que se dedica al mundo de la moda, o que simplemente es su hobby, y le gusta postear sobre el tema en internet… y además lo hacen bien, ojo. Simplemente, me hace gracia que se haya puesto de moda lo que antes era choni: hacerse fotos a una misma. Pero bueno.

El caso es que me encantaría hacerles varias preguntas a esas chicas que se hacen taaaaaaantas fotos con taaaaaaaaantos modelitos (qué envidia, demonios):

  • ¿No les da vergüenza hacerse 30 fotos -a veces bastante ridículas- en medio de la calle?
  • ¿Por qué miran siempre al suelo?
  • ¿Por qué cruzan los pies? (Sé que las famosas lo hacen en el photocall y que es para estilizar, pero si vas vestida de Zara de los pies a la cabeza en la Plaza de Colón con turistas pasando por detrás… En fin.)

    Imaginaos estar así todo el día, qué estrés

  • ¿Por qué se hacen las despistadas mirando por la ventana?
  • ¿Todas ellas tienen un campo muy cerca para ir a hacerse fotos entre pajitas durante la puesta de sol?
  • ¿Siempre se ríen tapándose la boca con dos manos y guiñan los ojos de manera enternecedora?
  • Cuando se apoyan en una pared para descansar, ¿suelen bajar la cabeza y mirar hacia arriba con sonrisa pícara a los transeúntes?

    Lo normal cuando te apoyas en una pared

  • Si van con amigas por la calle, ¿siempre se toquetean y abrazan sin parar, o hacen juegos como si fueran niñas pequeñas abriendo mucho los brazos?
  • ¿No tienen miedo de ir por la calle mirando hacia atrás cada vez que llevan algún detalle en la espalda que quieren que se vea?
  • ¿Hacen con los dedos el símbolo de la victoria cada dos minutos?
  • ¿Sienten una necesidad irrefrenable de guiñar el ojo/poner morritos/sacar la lengua (o todo a la vez) cada cierto tiempo?

    A lo mejor Einstein estaba posando con sus amigos en el baño de un garito en el momento de esta foto

Si realmente quieren dar a conocer al mundo lo que se han comprado en las rebajas de Bershka o en la última colección de Prada, estupendo. Incluso me parece lógico que se saquen una foto con ello puesto, hay chicas monísimas que posan fenomenal, si ese no es el problema.

El problema es que es absurdo verlas con el mismo modelito en 5o fotos seguidas, que al final duele el dedo de darle para abajo y resulta QUE NO SE HAN CAMBIADO. Ana Obregón no sería una fashionista en sus épocas de ¿Qué apostamos?, pero entretenía bastante más que estas jovencitas de ahora.

Gloriosos días aquellos, ¿eh?

Como soy una verdadera cobarde, no pienso poner ningún ejemplo de blog, porque al fin y al cabo la mayoría cumple su fin: dar buenas ideas para vestir bien (y por lo general, barato). Eso, y que con investigar un poquito encontraréis miles.

Lo que quiero que veáis es una red social que se llama Chicismo. Pincha aquí y veréis a qué me refiero. Estas son chicas, blogueras o no, que les gusta la moda y se hacen fotos. Con más o menos acierto… Y es bastante divertido, qué queréis que os diga.

Chicismo: el paraíso de las egobloggers

Y por último, sí que quiero recomendar un blog. Es Time Machine, creado por mi querida Vero (sí, la de Perugia), y que demuestra que se puede hacer un buen blog de moda sin tener que poner morritos. Que para eso ya están las discotecas y sus baños. ¿O no?

Vero y yo de fotos chonis en el baño sabemos algo

En defensa de las altas

Cuenta la leyenda que si alguna vez tienes que poner verde a una mujer y resulta que es guapa, debes decir que encima es altísima y con unas piernas de aquí a Lima. También se dice, se comenta, que si te hablan de una chica joven muy alta, tú ya presupones que tiene las medidas de una modelo.

Y yo tengo una misión con este post: desmentirlo.

Por desgracia, no todas las patilargas somos así

Algunos me conocéis desde que era una mocosa con voz de camionero (toda la vida he tenido esta ronquera, sí), y sabéis que no siempre medí el 1.81 m. que gasto ahora. «Dios mío, 1.81 m.», pensará alguien, «como las modelos», pensará alguna señora mayor muy simpática y agradable. Mal.

Por partes.

No mola nada que piensen que eres idiota

Yo empecé a crecer de repente, pero hasta hace poco vivía feliz pensando que de pequeña tuve un tamaño lógico. No obstante, mi querida madre  me abrió los ojos cuando me contó que en el cole, como no arranqué a hablar hasta los dos años (angelito) y era considerablemente más grande que los demás niños, el resto de madres se preguntaban si yo era retrasada. Reconoced que no empecé con buen pie.

La cuestión es que antes era una cosa… digamos… abarcable. Es decir, era grande pero no pasaba nada, había ropa de niñas mayores que me podía valer. Pero cuando en cuarto de Primaria (9 años) mides 1.42 m., en quinto 1.52 m., en sexto 1.62 m., y así llegas a tus dulces 13 años midiendo 1.72 m., pues las cosas se complican. Y encontrar uniformes de tu talla, también.

Ya hemos comentado que mi adolescencia fue bastante dura en cuanto al físico se refiere, pero si encima destacamos que yo le sacaba dos cabezas a casi todo mi curso, pues peor el trauma. ¿O no? ¿No os doy pena?

Paula y yo, orgullo del punto y la i

Bah, seré sincera, nunca he llorado por las esquinas. De hecho, mi amiga Paula mide 30 cm. menos que yo y vamos las dos por la calle tan pichis cuando nos miran de reojo.

Pero no es eso. A mí que todo el mundo que pase por la calle me mire los pies para ver si llevo tacones (la mirada traza el trayecto cara-pies-cara para asegurarse de que sigo a esa altura), me da igual -a veces me da corte porque no soy de lavar mucho los zapatos, seamos sinceros, pero en general camino mirando al suelo y punto-. Tampoco me importa que absolutamente todas las personas que conozco antes o después me comenten lo alta que soy como si fuera un descubrimiento, como si en 24 años no me hubiera dado cuenta. Ni es un problema que todo Madrid tenga curiosidad por saber cuánto miden mis padres («¿Que tu padre es más bajo que tú? Ya te puedes parecer, que si no nadie diría que eres hija suya, ja, ja, ja.» «…»). Ni me molesta que prácticamente todas las mujeres de 25 para arriba alaben mi altura (demostrado), mientras que el 100% de los chicos de 20 a 30 años lo comenten como si fuera una desgracia.

A mí eso me da igual, la cuestión es que el ser alta tiene ciertos problemas prácticos. También tiene sus ventajas, claro, pero suelen ser ventajas para terceros: «perdone señorita, puede alcanzarme esa camisa de ahí» o el clásico «Blanquita, hija, coge la ensaladera que yo no llego».

Pues mira, sí, me encantaría llevarlos más

Algunas el hecho de que no tenga que llevar tacones lo veréis como una ventaja, pero el día que me apetece ponérmelos, o que la ocasión lo requiere, válgame el cielo, tengo que pedir perdón hasta al apuntador. «Pero tía, ¿cómo eres tan asquerosa de ponerte tacones?, ahora nos dejas a todas enanas»; «joder, tronca, si ya eras alta, ahora eres una torre, parecemos  enanos a tu lado, Blancanieves, jo, jo, jo, jo, ¿lo pillas?»; y mi favorita, la de mi señor padre: «¿necesitas una bombona de oxígeno ahí arriba?».

Lo de Blancanieves y los enanitos lo llevo entendiendo toda la vida, por cierto.

Pero bueno, envidiosos de mierda, pasemos a los aspectos prácticos.

Postura en cuestión que me da problemillas

Hace poco fui a Yoga (sí) con mi hermana. Jamás he sido flexible ni especialmente grácil, así que quizá estoy forzando un poco, pero bueno, el caso es que fui. Y yo ahí tan contenta en calcetines «perro para arriba», «perro para abajo» (os juro que eso existe) dale que te dale en la colchoneta, hasta que nos viene la «postura del triángulo extendido». La cuestión es que mi hermana y yo bajábamos considerablemente la media de edad, e, ilusa de mí, yo pensaba que a las señoras descalzas y en chándal de mi lado las iba a tener que mirar con condescendencia al final de la clase… Pero no sólo me miraron ellas a mí con pena mientras hacían el pino apoyadas en sus cabezas (¿?) y yo hacía mis abdominales en la colchoneta -con cuidado de no tirar demasiado del cuello-, sino que, en la postura del triángulo que os digo, era la única, repito, la única de la clase que no llegaba al suelo. ¿Por qué? Porque soy demasiado grande, y menos mal que la profesora fue un alma caritativa y me trajo una especie de bloque para que me apoyara y dejara de hacer esfuerzos inútiles por llegar al suelo. No sé, me  sentí como si en una clase de bici yo fuera la única con ruedines.

Pero vamos, lo de que soy torpe ya lo conté en su día en otro post, y no puedo hacer mucho por mejorarlo. Sólo una cosa: paciencia. Paciencia si tropiezo contigo, si te tiro las cosas, si misteriosamente mi codo acaba en tu cara. No lo controlo, lo juro. Jamás conseguí hacer un puñetero pino o una voltereta lateral por algo; básicamente, no sé sujetar las piernas arriba, se me doblan por el peso y me caigo. Y desde más arriba, recordemos.

Quizá sea un poco exagerado compararme con Alicia, pero anda que no mola esta foto

El tamaño también suele ser un problema importante a la hora de viajar. Aún no soy rica (insisto, aún), así que los aviones de las compañías low cost son los que más frecuento. Y los aviones low cost no es que sean más pequeños, es que ponen más filas. Y en los aviones low cost, al haber más filas, hay menos espacio. Y en los aviones low cost mis rodillas sufren. Mucho.

Pero en los aviones low cost y en algunos autobuses y en más de un restaurante con las mesas ridículamente bajas. Y también os diré que la mayoría de camas de hoteles de este bendito país no están pensadas para mí, y dormir con los pies colgando NO ESTÁ BIEN. Exijo mobiliario decente para piernas largas, maldita sea.

Otro problema práctico y el que más noto, sin duda, es el de la ropa. Tengo que reconocer que no soy la típica chica… tocha. Es decir, soy muy alta, no tengo unas medidas de Victoria’s Secret (dadme tiempo, que el Yoga está para algo), pero tampoco soy la típica armario ropero, en eso tengo suerte. Lo digo porque es verdad que cuando me encuentro con otras chicas igual o más altas que yo -con las que me miro como si fuéramos dos cachorros de la misma especie, por cierto-, veo que muchas de ellas son más grandes en general; y obviamente yo no voy a tener el brazo ni la pierna de una persona delgadita que mide 1.60 m., pero bueno, al menos hay tallas para mí. ¿Tallas de todo? No, de todo no: no tengo pantalones.

Dios bendiga la moda de los pantalones pesqueros (Colección S/S Mango 2012)

He aquí mi problema: todos los pantalones me vienen cortos y cuando me pongo falda se me ve demasiada pierna al descubierto, lo cual no siempre es bueno (véase en la oficina). ¿Qué hacer? Gracias a Dios la moda de las botas por fuera del pantalón se mantiene (tendríais que ver cómo voy por dentro) y los pantalones pitillo pesqueros también. Mi máxima es comprar cualquier pantalón que me pueda quedar relativamente largo, aunque de culo me quede fatal o me apriete muchísimo la tripa.

Ah, y quizá os haga gracia si os cuento que cuando me hice el láser en las piernas tuve que partir las sesiones, y cada vez que iba me lo hacían sólo de rodillas para abajo o de rodillas para arriba. ¿Por qué? Porque la cantidad permitida de crema anestésica apenas daba para un muslo, y así preferí hacer más viajes que morir de dolor agarrada a una camilla de una señora con gafas de soldador.

Cambiando de tercio, como comentaba antes, mientras que muchas mujeres alaban mi altura, la reacción de los chicos suele ser: «pobre… si al menos fuera chico…». Es decir, los hombres, cuando están consiguiendo salir de esa época terrible de bigotillo absurdo y granos, se dan cuenta de que las chicas existen… Y a veces incluso están en su clase. En ese momento comienza una cruenta lucha entre los machos para llevarse a la fémina más apta para formar pareja en el patio del colegio. Y ahí nunca entré yo.

Sophie Dahl le saca dos cabezas a Jamie Cullum y quiero creer que son felices

Cuando los chicos aún no habían dado el estirón yo ya les sacaba un par de cabezas. Entonces era la torre, la jirafa. Beh. Mi madre me decía en aquel entonces «verás a los 20». Y bueno, ellos crecieron y yo también, y aprendí a aceptarme y a entender que al fin y al cabo mi altura es la marca de la casa, sin ella sería algo menos llamativa (al menos la gente me recuerda por algo concreto)… Y en efecto, no es que llegaran los 20 y arrasara con todos, pero bueno, tengo mi público.

¿Y sabéis cuál es mi público? Los mayores… bueno, ya los que se acercan a mi edad, de 25 para arriba. Porque vosotros, hombres del mundo, hasta que no tenéis cierta edad no aceptáis que una mujer sea un poco más alta que vosotros, os sentís amenazados. Sólo lo asumís si es más joven que vosotros y podéis fardar con vuestros amigotes. Bueno o si es Gisele Bundchen, pero ya hemos dejado claro que no es el caso.

Hay excepciones, hablo de los que intentan ligar por ligar, porque un par de novios que he tenido sí que son más bajos que yo y, aparte de los comentarios  de mi abuela («tú lo que tienes que hacer es encontrar un chico altito»), todo fue normal.

Ahora estoy con un chico al que mi señor padre califica de armario ropero o 4×4. No es casualidad, le conocí precisamente porque algún amigo suyo me debió ver apta para su amigo el gigante y me empujó hacia él. El resto es historia y por primera vez un chico me coge por la calle por encima del hombro.

Y eso a mí me parece de lo más tierno que me ha pasado nunca. Snif.

Lo bueno es que voy bastante tranquila con él por la calle

PD: Soy igualita que mi padre.

Yo sobreviví al Erasmus: le differenze culturali

Veamos: somos clasistas. Da igual lo que digamos, el norte y el sur siempre serán diferentes, tanto en España como fuera de ella. Y por eso, de toda la vida de Dios -bueno, desde la creación de la UE-, los países del norte de Europa nos han mirado como de refilón a los del sur. (Hay que reconocer que algo de razón tienen.) Esos rubios de ojos azules nos ven a los morenos de abajo como los majetes que les reciben en verano. De hecho, y siendo más exactos: como los majetes ruidosos y maleducados que les dan de beber en verano.

Bah

Por eso, aunque cualquier destino Erasmus es divertido (todos decimos que vamos a la primera o segunda ciudad más grande de estudiantes; no sabemos si de la región, del país, o del mundo), y aun habiéndolo pasado genial visitando a amigas en destinos como Copenhague, he de decir que yo soy mu’ caserita, y lo de irme a Italia me apetecía bastante. Y a Perugia más aún, que es la segunda ciudad más fiestera de Italia después de Bolonia, por si no lo sabíais. Ja.

Los italianos, psé

El caso es que tú llegas pensando que te vas a encontrar a la misma gente que aquí. Es más: piensas que te vas a encontrar a chicos más guapos (psé), chicas más glamourosas (no especialmente), pero que todo va a seguir siendo más o menos lo mismo. Y no, no tenemos nada que ver con los italianos en muchas cosas.

Podría dármelas de erudita y deciros que en la universidad hay grandes diferencias (que las hay) pero, sinceramente, sé que os importa un bledo. Yo tengo una misión con este post: y es que no os llevéis una sorpresa si vais a Italia y salís por ahí. Por lo tanto, os voy a hablar sobre las relaciones sociales con gli italiani. Lo hago por vosotros, no porque sea lo poco que conozco sobre Italia, que conste.

Así que, hablemos de la fiesta en Italia.

Tras hacer varios, breves pero intensos, viajes por Europa he llegado a una conclusión (inevitable canturrear Rafaella Carrà, ¿eh, pillastres?): el único país donde ponen una copa decente, lo que viene siendo una copa, es España. Situación real: París, discoteca, «whisky con Coca-Cola, por favor» ¿Y qué creéis que me ponen? ¡¡Un vasito de fiesta de cumple, de plástico transparente, CON TAPA y pajita!! ¡¡Como si hubiera pedido un zumo!! Y mejor no os cuento a qué sabía aquello y lo que me sablaron. Y así en todas partes: LovainaCopenhague, Innsbruck, Colonia, Dublín, Londres… Y Perugia, ovvio.

Él también exige copas decentes

¿Dónde esconden los vasos de tubo? Es que ya ni intento que distingan el vaso que debería ir con cada bebida. Pero, sobre todo, ¿por qué no hay hielos? POR QUÉ. Eso es lo que más me cuesta entender: como en España hace más calor, ¿decidimos ser el único país europeo donde hay hielos?

De verdad que no encuentras en ninguna otra parte. «Hay bolsas para hacerlos», sí, para hacer una especie de granizo del tamaño de guisantes en unas fundas de plástico que recuerdan a las del goteo de los hospitales. Nada, nada: yo quiero mi bolsa de hielos, donde se hagan un mazacote que sólo se pueda romper estrellándolo contra el suelo; luego quiero meter tres o cuatro, los que quepan… y ya. Si no pedimos ni limón ni tonterías.

Habrá que hacer una plataforma internacional para reivindicarlo, o algo.

Siguiendo con el tema de las copas, os diré que jamás os podéis fiar de un italiano. Mi buena amiga Ana, que estuvo de Erasmus en Florencia, ya me avisó: «esconde tu alcohol». Esta recomendación, que podría llevarnos a pensar que Ana sufre cierto grado de alcoholismo, la comprendí bien pronto. En España es tradición que, a menos que el anfitrión te invite, cada uno lleve lo que quiera beber, ya sea Kas Naranja, Anís del Mono o Tang. El caso es que Vero, Carlos y yo éramos responsables, y la primera noche que tuvimos fiesta en una casa llegamos con lo que queríamos tomar… para ver que eso era lo que iba a beber absolutamente toda la fiesta. Hasta que se acababa, que no era mucho tiempo después.

Todo con tal de no beber su mosto

Su procedimiento es fácil y especialmente efectivo, puesto que no dejan que veas sus intenciones hasta que hayan cumplido su misión. Ellos llegan, arrivano tutti, con botellas de vino. «Uy, qué finos, y a mí que no me gusta, qué cateta», pensé yo el primer día. ¡Ja! Napolitani e sicialini tenían que ser, que nada más llegar dejaron en la mesadelasbebidasparatodosporqueaquícompartimostodo sus botellas de vino de misa (porque aquello no era vino ni era ná), para pimplarse el alcohol medio decente que los españoles, curtidos en la materia, habíamos llevado.

El resultado es que, cuando les llamamos la atención al cabo de varias fiestas (robos), se metieron con nosotros durante meses, diciendo que éramos unos ratas, che tutto era di tutti. Lo que sea, (qualsiasi, amico): que te aproveche tu mosto de un euro, que yo me ocupo de lo mío. Hombre ya.

Otra plataforma reivindicativa, rápido.

¿Me he pasado con el ejemplo?

Bueno, y como estamos hablando de la fiesta, y sé que es lo que estáis todos esperando, hablemos de los italianos ligando; o lo que es lo mismo, de la fama de pulpos de los italianos. ¿Verdad o mentira? Verdad. Assolutamente vero. Verdad como un templo. Se han ganado la fama a pulso, porque los italianos son unos pulpos de primera, si no te andas con ojo te costará muchísimo salir de sus tentáculos, y más si eres extranjera.

Ojo ahí, yo soy una firme defensora de los italianos. No porque me parezcan más o menos guapos, sino porque los pobres tienen un motivo para ser así de plastas: las italianas, claro.

Inflexible SIEMPRE

Una italiana es tan estupenda, es tan diva, que aunque se muera de ganas de quedar con un chico o pedirle el móvil, tendrá que hacerse de rogar… dos meses como mínimo y calculando a ojo. Y repito que hablo de cosas tan inocentes como charlar o quedar otro día, no estoy diciendo que tengan que ser más… alegres. Pero claro, viendo el panorama, las extranjeras somos presa fácil para los italianos -las inglesas ni te cuento-, pero tienen un defecto de fábrica, y es que aunque vean que ya tienen a una entre sus redes, no pararán de darle la matraca. Pero si no quieres, es peor aún, porque les estás poniendo un reto, y no hay cosa que más les guste a los italianos que los retos –le sfide-; así que, mientras que un español, tras tu tercera bordería y consiguiente plantón, te suele dejar en paz -aunque conozco a alguno que tiene técnicas avanzadas para hacer como si nada y tirar pa’lante-, un italiano lo tomará como algo lógico, algo que tiene que  superar trabajando. Y lo trabajan. Vaya si lo trabajan.

Ríe, ríe, a ver si te dice lo mismo mañana

No daré detalles porque yo la verdad es que no tengo ni idea -no estaba casadera durante mi Erasmus-, pero tengo amigas que han soportado mucha palabrería. Y mientras que la palabrería de un español es relativamente soportable («me importas de verdad», «hacía tiempo que no sentía esto», «nunca me había entendido así con nadie», y un largo etcétera), los italianos te hablan de la luna y las estrellas y se supone que tienes que caer a sus pies en vez de vomitar sobre ellos. Punto negativo a los italianos en cuanto a babosos, por tanto.

Como amigos tengo menos quejas. Así como hemos dicho que los italianos son perro ladrador y poco mordedor a la hora de ligar -aunque morder es precisamente lo que intentan-, en cuanto a la amistad… también. No me malinterpretéis, yo me fui de ahí con grandes amigos, pero es que son siempre tan grandilocuentes, taaaan profundos, taaaaaaaaaaaan…. taaaaaaaaan. Tantissimo tutto.

Me explico. Yo en España tengo amigos chicos, y hablo con ellos y me llevo genial. Pero siempre seré yo la pesada, la que más hable y la que saque los temas incómodos. Si por ellos fuera, sólo hablaríamos de fútbol, tías, copas y caca (sabéis quiénes sois, maldita sea). En cambio, un italiano espera que seas bastante más femenina, y serán precisamente ellos los que te saquen los temas incómodos y te den las charlas profundas.

Por ejemplo, cuando Vero y yo estábamos en esos días sensibles en los que no debes preguntar si estamos en esos días sensibles, sentaba bien tener a un tío más profundo que tú que te diera consejos. Pero a la vez pensabas (al menos yo), «tú eres el enemigo, no me puedes estar ayudando con este tema porque NO sabes», y veías al lado a Carlos que te miraba con cara de pena, te ponía una mano sobre el hombro, un vídeo absurdo en Youtube, y te hacía la comida. Eso era apoyo masculino al fin y al cabo, que a veces es lo que viene bien.

Eso sí, esa excesiva supuesta profundidad se compensa con su amor a la cocina italiana. El ritual para hacer el café, la manera en que se enfadan si mezclas dos tipos de pasta distintos, las recetas que todos se saben de sus madres… Touchè.

Como veis, me ciño a hablar de chicos, porque la verdad es que sólo me hice una amiga cercana italiana. Pero precisamente eso desmonta un poco mi teoría: fui capaz de irme de Italia con varios amigos chicos, de los que guardo un recuerdo buenísimo… y sin que ninguno me comiera la oreja. Bravo per voi.

O male per me, che forse vi faccio schifo.
(O malo para mí, que a lo mejor os doy asco.) 

Típica noche perugina con Michele y Francesco

PD: Desde aquí mi agradecimiento a Carlos por soportar tantas hormonas juntas, con este post me he acordado de lo que nos aguantaste. Mamma mia.
PPD: Todas estas generalizaciones son fruto de mi experiencia durante meses de erasmus, no pretendo tener la verdad absoluta. Aunque la tengo. Desde mi punto de vista.
PPPD: Ya he hablado antes de Perugia… No en no uno, ni en dos, sino en tres posts.  Ponte al día pinchando en los números anteriores, anda.

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Ora sul serio. So che a qualcuno gli piacce leggere questo blog se vede che parlo di Perugia… Ancora mi mancate e mi piacerebbe tanto tornare in Italia per uscire tutti insieme. Vi voglio bene, ragà.

Turbia adolescencia

A raíz del último post, en el que hablaba sobre cómo nuestros fantasmas del pasado somos nosotros mismos en unas cuantas fotografías de la adolescencia, salió el inevitable tema de las discotecas light.

Para quien no esté familiarizado con el término, las light son discotecas normales que hacen horas extra por las tardes, aguantando a un montón de niñatos con granos que juegan a ser mayores. Mamá, papá, puedo deciros con tranquilidad que en general era todo muy patético, pero realmente no había nada de malo en ello… ni siquiera te servían Red Bull (un día me aventuré a pedirlo y la camarera se rio de mí).

Esto es como los euros pero en viejuno, niños

Últimamente veo que estoy cayendo en un pozo del que jamás saldré: el de contar anécdotas como la abuela cebolleta. Y como ya lo he asumido, permitidme que os dé un detalle simbólico: el precio de la entrada de cuando yo iba a la discoteca light era de 1.200 pesetas. Sí, amigos, yo he llegado a ir a una discoteca en pesetas. Light, vale, pero he hecho cola y he dado en la entrada de un garito un billete de mil y dos monedas de cien. Y eso es duro.

Centrémonos.

Yo, con 13 años y un collar de caramelos por bisutería

El caso es que a los 14 años llegaba el ansiado momento en el que podías entrar en una de esas discotecas, lo que pasa es que la mayoría conseguíamos ir antes gracias a los DNIs de hermanas mayores.

Recuerdo la primera vez como si fuera ayer. Tenía 13 años, y decidí ponerme guapa. Para ello me planté unas botas marrones (de punta cuadrada), medias transparentes, minifalda color vino (¿?) y top de punto beige (¿¿??); todo ello aderezado con unos buenos aros plateados. Bailé Safri-Duo como si no hubiera un mañana y me cogí un taxi a las 21.30 h., para estar a las 22.00 h. en mi casa. Mi madre ya nos tenía abierta la cama a Vicky y a mí, que vino a dormir esa noche, y las dos nos acostamos enseguida con los oídos pitando. Nos dormimos como bebés a los 5 minutos y al día siguiente no podíamos con nuestra alma. Qué épocas.

Cuando ya cumplimos todo el grupo de amigas los 14 empezamos a ir a Élite, la discoteca en la que nos encontrábamos a todo mi colegio. El asunto consistía en quedar el sábado a las 4 o 5 de la tarde en casa de alguien -mis padres se acordarán bien- y pintarnos todas con mucha raya de ojos blanca y brillo de labios con purpurina.

La moda entonces era la que os contaba en el último post: camisetas todas iguales, zapatillas muy grandes o alpargatas, collares asfixiantes, lazos, gafas de sol… No sé, cualquier cosa que se te ocurriera para estar completamente ridícula era válida. Incluida toda la bisutería de plástico de colores que pudieras llevar.

Y lo delgada que estaba, ¿qué? ¿Eh?

Pero lo más importante eran los collares. Qué nos empujaba a ponernos collares de caramelos, por ejemplo, jamás lo sabré. Eso sí, reconozco que los llevé durante mucho tiempo y que me daba igual que tuvieran colonia o sudor, seguía dándoselos de comer a la gente que me lo pedía. Hasta entonces, incluso con todo mi pavo en pleno apogeo, supe reconocer que los gilipollas eran ellos, no yo, porque habré llevado durante años un absurdo colgante de elefante blanco, pero no he mordido jamás un collar envenenado del cuello sudoroso de otro ser humano. Por muy mono que fuera el chico en cuestión. Ah, porque sí, ellos también los llevaban.

El caso es que nosotras nos poníamos guapas, guapas, y nos íbamos a la estación de Chamartín, donde estaba la discoteca. Aunque de primeras el sitio parezca raro, era perfecto, porque subías desde el parking unas escaleras mecánicas y te encontrabas una explanada llena de adolescentes horribles pegando gritos. Nosotras nos movíamos en grupitos tapándonos la boca para hablar de las demás, y ellos iban caminando de aquí para allá como si les escociera todo: los brazos abiertos, las piernas arqueadas… Se contoneaban como si tuvieran ALGO de músculo mientras se apartaban el flequillo de los ojos, y de paso así enseñaban la ristra de banderas de España que cubría su muñeca (derecha).

Igual que en las discotecas de noche, en Elite Light también había RR.PP., o sea, millones de niños a los que prometían el oro y el moro si conseguían repartir no sé cuántos pases (tarjetas de cartón con un garabato). Así que aquello era una lucha para ver quién era el más simpático, y se solían escuchar frases como «venga, no me falles, tío». Pero tú en realidad sólo querías que te pasaran, no para evitar tener que aguantar cola, como ahora, sino para que todo el mundo viera que, efectivamente, estabas pasando por delante de los demás. Esto solía implicar un peloteo importante a los RR.PP. (dicho erre-erre-pé-pé) y a los puertas, gritando cosas del tipo «¡Rafa! ¿Te acuerdas de mí? El viernes pasado me miraste, ¿por qué no me pasas la cola?».

El mito del puerta que no deja entrar por la ropa apenas lo veo ya, pero en aquella época más de un pobre desgraciado se quedó fuera por las zapatillas o por ir con camisa fea. Y he llegado a la conclusión de que nos hacían esperar fuera por puro placer… Probablemente apostaban nuestra capacidad entre ellos: «eh, macho, te apuesto 10 pavos (acababa de entrar el euro y las cantidades de las apuestas aún no se habían establecido bien) a que el grupito de niñas feas de ahí aguanta una hora».

Y aguantábamos, claro.

Aunque hiciera calor, las capas eran fundamentales
(Defendiendo lo indefendible: esto no es de una discoteca)

En invierno, bueno, pero yo recuerdo aquello en verano… Llegábamos (mal) pintadas como puertas, con cientos de capas (camiseta sobre polo, polo sobre camisa remangada) y collares que nos ahogaban, y nos metíamos a empujones en una cola durante el tiempo que hiciera falta. Había días que podías levantar los pies del suelo y no te caíais, te sujetaba toda aquella masa de gente. ¿Para qué?, pienso ahora. Pero lo cierto es que esa era mi idea de la diversión entonces, oye.

Una vez dentro, veías lo mismo que en cualquier garito de noche, pero sin alcohol de por medio. Para qué, no hacía falta, las hormonas eran suficientes para colocar al personal.

No os preocupéis, yo no era de esas

Qué magreos se veían por las paredes (torta en la mano si intentaban tocar el culo), qué bailes en la plataforma, cuántas niñas comiendo piruletas de corazones, qué poses, qué pintas… Qué pendoneo. Sí, mamá, papá, he visto cosas turbias, pero no os preocupéis, al parecer mi look no era suficiente para triunfar en aquella jungla… Aunque no os creáis que me importaba, porque me lo pasaba como una enana con mis amigas.

Recuerdo con especial cariño la época en la que movimos chiringuito a But Light. Seguía habiendo colas, pero eran más soportables y, encima, había sofás. Nuestro plan era llegar a las 5 en punto a la discoteca para coger sitio y sentarnos a cotillear, guardando en una esquina todos nuestros bolsos de espejitos en verano y el blanco de flecos de Mango en invierno.

Me estoy poniendo sentimental con este post, qué queréis que os diga. Podría contar tantas anécdotas de aquella época… Pero no quiero convertirme en la abuela cebolleta one more time, sólo espero que estas fotografías os sirvan para enseñárselas a vuestros futuros hijos y les hagáis ver que siempre deben haceros caso durante sus años de adolescencia. El mismo mensaje que en el anterior post, vaya.

De nada.

Cuando mi hermana y yo aún nos dejábamos poner hasta el camisón igual. Éramos infinitamente más monas y manejables.

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PD: Mil gracias a Adriana y a Caro, sin su inestimable ayuda no habría podido poner ni una sola foto.
PPD: A los que identifiquéis las fotos y veáis que os he cortado, no os lo toméis como una ofensa, sino como un acto de amor hacia vosotros que os libra del escarnio público.