Turbia adolescencia

A raíz del último post, en el que hablaba sobre cómo nuestros fantasmas del pasado somos nosotros mismos en unas cuantas fotografías de la adolescencia, salió el inevitable tema de las discotecas light.

Para quien no esté familiarizado con el término, las light son discotecas normales que hacen horas extra por las tardes, aguantando a un montón de niñatos con granos que juegan a ser mayores. Mamá, papá, puedo deciros con tranquilidad que en general era todo muy patético, pero realmente no había nada de malo en ello… ni siquiera te servían Red Bull (un día me aventuré a pedirlo y la camarera se rio de mí).

Esto es como los euros pero en viejuno, niños

Últimamente veo que estoy cayendo en un pozo del que jamás saldré: el de contar anécdotas como la abuela cebolleta. Y como ya lo he asumido, permitidme que os dé un detalle simbólico: el precio de la entrada de cuando yo iba a la discoteca light era de 1.200 pesetas. Sí, amigos, yo he llegado a ir a una discoteca en pesetas. Light, vale, pero he hecho cola y he dado en la entrada de un garito un billete de mil y dos monedas de cien. Y eso es duro.

Centrémonos.

Yo, con 13 años y un collar de caramelos por bisutería

El caso es que a los 14 años llegaba el ansiado momento en el que podías entrar en una de esas discotecas, lo que pasa es que la mayoría conseguíamos ir antes gracias a los DNIs de hermanas mayores.

Recuerdo la primera vez como si fuera ayer. Tenía 13 años, y decidí ponerme guapa. Para ello me planté unas botas marrones (de punta cuadrada), medias transparentes, minifalda color vino (¿?) y top de punto beige (¿¿??); todo ello aderezado con unos buenos aros plateados. Bailé Safri-Duo como si no hubiera un mañana y me cogí un taxi a las 21.30 h., para estar a las 22.00 h. en mi casa. Mi madre ya nos tenía abierta la cama a Vicky y a mí, que vino a dormir esa noche, y las dos nos acostamos enseguida con los oídos pitando. Nos dormimos como bebés a los 5 minutos y al día siguiente no podíamos con nuestra alma. Qué épocas.

Cuando ya cumplimos todo el grupo de amigas los 14 empezamos a ir a Élite, la discoteca en la que nos encontrábamos a todo mi colegio. El asunto consistía en quedar el sábado a las 4 o 5 de la tarde en casa de alguien -mis padres se acordarán bien- y pintarnos todas con mucha raya de ojos blanca y brillo de labios con purpurina.

La moda entonces era la que os contaba en el último post: camisetas todas iguales, zapatillas muy grandes o alpargatas, collares asfixiantes, lazos, gafas de sol… No sé, cualquier cosa que se te ocurriera para estar completamente ridícula era válida. Incluida toda la bisutería de plástico de colores que pudieras llevar.

Y lo delgada que estaba, ¿qué? ¿Eh?

Pero lo más importante eran los collares. Qué nos empujaba a ponernos collares de caramelos, por ejemplo, jamás lo sabré. Eso sí, reconozco que los llevé durante mucho tiempo y que me daba igual que tuvieran colonia o sudor, seguía dándoselos de comer a la gente que me lo pedía. Hasta entonces, incluso con todo mi pavo en pleno apogeo, supe reconocer que los gilipollas eran ellos, no yo, porque habré llevado durante años un absurdo colgante de elefante blanco, pero no he mordido jamás un collar envenenado del cuello sudoroso de otro ser humano. Por muy mono que fuera el chico en cuestión. Ah, porque sí, ellos también los llevaban.

El caso es que nosotras nos poníamos guapas, guapas, y nos íbamos a la estación de Chamartín, donde estaba la discoteca. Aunque de primeras el sitio parezca raro, era perfecto, porque subías desde el parking unas escaleras mecánicas y te encontrabas una explanada llena de adolescentes horribles pegando gritos. Nosotras nos movíamos en grupitos tapándonos la boca para hablar de las demás, y ellos iban caminando de aquí para allá como si les escociera todo: los brazos abiertos, las piernas arqueadas… Se contoneaban como si tuvieran ALGO de músculo mientras se apartaban el flequillo de los ojos, y de paso así enseñaban la ristra de banderas de España que cubría su muñeca (derecha).

Igual que en las discotecas de noche, en Elite Light también había RR.PP., o sea, millones de niños a los que prometían el oro y el moro si conseguían repartir no sé cuántos pases (tarjetas de cartón con un garabato). Así que aquello era una lucha para ver quién era el más simpático, y se solían escuchar frases como «venga, no me falles, tío». Pero tú en realidad sólo querías que te pasaran, no para evitar tener que aguantar cola, como ahora, sino para que todo el mundo viera que, efectivamente, estabas pasando por delante de los demás. Esto solía implicar un peloteo importante a los RR.PP. (dicho erre-erre-pé-pé) y a los puertas, gritando cosas del tipo «¡Rafa! ¿Te acuerdas de mí? El viernes pasado me miraste, ¿por qué no me pasas la cola?».

El mito del puerta que no deja entrar por la ropa apenas lo veo ya, pero en aquella época más de un pobre desgraciado se quedó fuera por las zapatillas o por ir con camisa fea. Y he llegado a la conclusión de que nos hacían esperar fuera por puro placer… Probablemente apostaban nuestra capacidad entre ellos: «eh, macho, te apuesto 10 pavos (acababa de entrar el euro y las cantidades de las apuestas aún no se habían establecido bien) a que el grupito de niñas feas de ahí aguanta una hora».

Y aguantábamos, claro.

Aunque hiciera calor, las capas eran fundamentales
(Defendiendo lo indefendible: esto no es de una discoteca)

En invierno, bueno, pero yo recuerdo aquello en verano… Llegábamos (mal) pintadas como puertas, con cientos de capas (camiseta sobre polo, polo sobre camisa remangada) y collares que nos ahogaban, y nos metíamos a empujones en una cola durante el tiempo que hiciera falta. Había días que podías levantar los pies del suelo y no te caíais, te sujetaba toda aquella masa de gente. ¿Para qué?, pienso ahora. Pero lo cierto es que esa era mi idea de la diversión entonces, oye.

Una vez dentro, veías lo mismo que en cualquier garito de noche, pero sin alcohol de por medio. Para qué, no hacía falta, las hormonas eran suficientes para colocar al personal.

No os preocupéis, yo no era de esas

Qué magreos se veían por las paredes (torta en la mano si intentaban tocar el culo), qué bailes en la plataforma, cuántas niñas comiendo piruletas de corazones, qué poses, qué pintas… Qué pendoneo. Sí, mamá, papá, he visto cosas turbias, pero no os preocupéis, al parecer mi look no era suficiente para triunfar en aquella jungla… Aunque no os creáis que me importaba, porque me lo pasaba como una enana con mis amigas.

Recuerdo con especial cariño la época en la que movimos chiringuito a But Light. Seguía habiendo colas, pero eran más soportables y, encima, había sofás. Nuestro plan era llegar a las 5 en punto a la discoteca para coger sitio y sentarnos a cotillear, guardando en una esquina todos nuestros bolsos de espejitos en verano y el blanco de flecos de Mango en invierno.

Me estoy poniendo sentimental con este post, qué queréis que os diga. Podría contar tantas anécdotas de aquella época… Pero no quiero convertirme en la abuela cebolleta one more time, sólo espero que estas fotografías os sirvan para enseñárselas a vuestros futuros hijos y les hagáis ver que siempre deben haceros caso durante sus años de adolescencia. El mismo mensaje que en el anterior post, vaya.

De nada.

Cuando mi hermana y yo aún nos dejábamos poner hasta el camisón igual. Éramos infinitamente más monas y manejables.

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PD: Mil gracias a Adriana y a Caro, sin su inestimable ayuda no habría podido poner ni una sola foto.
PPD: A los que identifiquéis las fotos y veáis que os he cortado, no os lo toméis como una ofensa, sino como un acto de amor hacia vosotros que os libra del escarnio público.

10 Respuestas a “Turbia adolescencia

  1. Jajaajajaaj todavía me acuerdo como si fuera ayer….!!!! q grande eres blanky

  2. Genial Blanqui, veo que sigues haciéndons pasar ratos superagradables.

    Un besazo.

    Tu tia Ana

  3. Menos mal que al final todas volvéis a la normalidad. ..

  4. La hermana de tu conciencia

    Ja jaaaaa Genial!!!!

  5. Me ha encantado el post!
    Creo que mi foto favorita es la de la camiseta amarilla con el toro. Muy chic.

  6. Jaja, cómo se nota que sois TODAS (tú casi, Caro) de mi familia 🙂

    Ya sabes, Belén, a Raquel todas estas fotos.

  7. Jajajaja, me encanta la ironía con la que tratas los años de adolescencia, porque es verdad, la de tonterías que hacemos en esos momentos. Por otra parte, tonterías necesarias para ir avanzando y madurando.

    Yo desarrollé tarde y tampoco me iba mucho el rollo discotecas en mi tierna adolescencia, así que no empecé a salir hasta los 17, las historias de discos light me las han contado siempre otros. Recuerdo como llegaban todos el lunes por la mañana a clase y ellos se pavoneaban por haberse dado un par de besos con esta o aquella y ellas hablaban entre ellas de como ligar el finde siguiente con el muchachito que les hacía tilín. Cosas de la vida.

  8. Chica, o has censurado las fotos realmente chungas o no sabes lo que es ir verdaderamente cutre. Si me ves a mí en esa época, me dedicas unos cuantos posts exclusivos del susto.

    • Podría alegar que he buscado fotos en las que no saliera mucha gente o que se pudieran recortar bien, porque me matan si ven esas fotos publicadas.

      Pero sí, también he hecho bastante criba… pero shhhh

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